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ESPECIALES

Elogiar las cosas bien hechas

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Actualizado 17/07/2017 13:35:10
Redacción

Nieves Andrés es psicóloga y terapeuta de conducta. Cada mes pone su experiencia en nuestra versión de papel con esta columna de opinión

Nieves Andrés

Estamos bastante acostumbrados y vemos como algo lógico y casi natural, que el castigo, la reprimenda, la multa o la penitencia, sean medidas correctas para controlar, corregir o hacer que desaparezca una mala conducta. Si no te comportas bien, hay que evidenciarlo, hacerlo muy visible, hasta que aparezca la culpa, con el añadido del castigo… “para que así aprendas, y no lo vuelvas a repetir”.

De esta forma el control sobre los demás se ejerce a través de lo normativo con su consiguiente sanción si hay incumplimiento; y de la misma forma la buena conducta es lo que tiene que ser, sin más. Hay que portarse bien porque es lo que se espera, es lo obligado e incuestionable; y es la forma de evitar o esquivar la amenaza del castigo.

Circula por ahí un anuncio televisivo que ejemplifica claramente lo que estoy señalando. En él una niña replica a su padre cuando este hace un gesto con la mano a una conductora que para su vehículo para dejarles pasar: “¿La conoces?”, dice ella. “No” - responde el padre- le doy las gracias “¿Por qué le das las gracias si es su obligación?”, vuelve a preguntar ella. “¿A ti no te gusta que te den las gracias?”, dice el padre.

Estamos entrenados en la autoexigencia y la exigencia a los demás, pero no en ver lo positivo y realzarlo.

Si tenemos establecidas normas, reglas y obligaciones que regulan el camino de lo correcto bajo la amenaza de la desaprobación y del castigo, parece que es una medida más que suficiente, quedando bajo la responsabilidad del que obra obedecer o arriesgarse a una mala consecuencia por sus actos.

El miedo al castigo o el castigo en sí mismo, puede traer consigo la rebeldía y el deseo de trasgredir la norma; pero también está demostrada su eficacia en la modificación del comportamiento. Las personas tienden a evitar los castigos o las situaciones peligrosas, ya que las recompensas tienen menos impacto sobre la conservación de la vida.

Entonces ¿por qué y para qué premiar las buenas acciones?

Precisamente por eso, porque son buenas y queremos reforzarlas; porque nadie nace sabiendo; porque haciéndolas significativas les otorgamos un poder superior a la conducta de desobediencia. Porque hay que marcar una diferencia entre lo que pasa cuando se obra mal y lo que pasa cuando se obra bien: El precio no puede ser el mismo ni resultar agraviante.

Elogiar una buena conducta significa hacerla más fuerte, más apetecible; significa premiar, alabar, reconocer el esfuerzo de lo que está bien hecho. Seguro que la mayoría hemos conocido esa grata sensación, ese “subidón” que nos entra cuando alguien tiene en cuenta el valor de lo que hacemos. Que aun siendo lo esperable en nosotros, nos da alegría, eleva nuestra autoestima, nos hace sentirnos grandes, útiles, valorados por nuestro esfuerzo, que genera en nosotros motivación y ganas de seguir trabajando en la misma dirección, o incluso más allá…

Lo ideal sería que “ser bueno” fuese una actitud elegida desde la libertad y la gratificación personal, familiar y social, y no desde la coacción. Hacer bien las cosas porque nos sale a cuenta, porque repercute en nuestra satisfacción, porque es premiado desde la consideración de los otros.

Premiar lo correcto nos distrae y nos aleja de lo incorrecto; por eso los profesionales de la psicología insistimos tanto a los padres para que elogien y animen a sus hijos cuando cumplen las normas, es una potente herramienta para mejorar su autoestima.

Es verano, llegan días de descanso y de más roce con la familia, con los amigos, más vida social. Os animo a estar atentos a aquellas cosas buenas que hace la gente que nos rodea, a ser valientes y reconocérselo: Alabar a esa cajera que embolsa con mimo nuestra compra, al dependiente que nos ha atendido con gran amabilidad cuando estaba punto de cerrar; alzar la mano o sonreír al conductor que respeta el paso de cebra que vamos a cruzar, reconocer el esfuerzo del técnico que acude a casa a resolvernos una avería urgente en un día agotador por el calor, al trabajador que llega puntual, nuestra pareja por tener la mesa puesta, a nuestro hijo por ordenar su cuarto…

Tal vez es más difícil felicitar que criticar, pero ¿por qué no contribuir a recompensar las cosas bien hechas?