Disponible en
Ir a la versión móvil App para iOS App para Android en Google Play
Síguenos en twitter Estamos en Facebook
Compartir:

ESPECIALES

Razón y emoción: Los hijos y las hijas del ahora

movil_verano_nieves
Actualizado 09/06/2017 16:38:33
Redacción

  • Nieves Andrés es psicóloga y terapeuta de conducta. Cada mes pone su experiencia en nuesta versión de papel con esta columna de opinión.

Nieves Andrés

Cada vez es más frecuente escuchar a la gente mayor decir que ya no se crían niños “como los de antes”; de esos que respetaban a los adultos, que obedecían las normas y acudían al colegio sin rechistar, que hacían sus deberes solos y eran responsables, que se esforzaban y cedían el asiento en el autobús… E incluso recibían uno que otro cachete, y no han crecido “traumatizados”.

Los niños de entonces veían en sus mayores personas respetables y con autoridad. “Vete ahora a amonestar a un chaval porque está dando patadas a una papelera” te dicen. “Puede que incluso te las tengas que lidiar con su padre…” “¡Quita, quita!”

Los hijos e hijas del ahora están por encima del bien y del mal - y ellos lo saben, o lo aprenden pronto - están tan protegidos por sus padres, por la sociedad, por las leyes, que muchos de ellos se desarrollarán como jóvenes tiránicos e irrespetuosos con los adultos. Su inseguridad y la falta de responsabilidad les llevará a no hacerse cargo de su propia vida y a no tomar decisiones - para qué, si ya las toman otros por ellos - a acomodarse detrás de las pantallas de los móviles, los ordenadores, la tablet y dispositivos varios, mágicos lugares donde alejarse de la realidad, donde la vida es cómoda, gratuita, divertida e indolora.

“El mundo grita que hay que ser más humanos, tolerantes y solidarios; pero mejor a golpes de “like” y desde el confort de cada sofá, que es lo que dicta esta modernidad tecnológica”

“Claro, pero es que los tiempos cambian” dicen los más benevolentes; cambia la forma de vivir, de trabajar, hay otro tipo de familia, otros roles, otras prioridades e intereses, otras prisas, otras necesidades (¿?) Y el mundo muta a la par, se desarrolla en unas direcciones e involuciona en otras; y se vuelve difícil, ambiguo, competitivo, hostil, egoísta y pobre; mientas grita a los cuatro vientos que hay que ser más humanos, tolerantes y solidarios; pero mejor a golpes de “like” y desde el confort de cada sofá, que es lo que dicta esta modernidad tecnológica.

Es en este mundo del ahora ­- y quizá no tan diferente de otros mundos del pasado - donde aterrizan ellos y ellas; “tabulas rasas” de almas inquietas y llenas de energía y potencial, que con la mirada atenta, ingenua e inocente van dejando que los adultos les modelemos (sin piedad) con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestros aciertos y nuestros fracasos.

¿De verdad tienen toda la culpa los jóvenes? ¿Nacen ya con defectos de fábrica, egoístas, desagradecidos, irrespetuosos y tiranos? ¿Podemos recordar quiénes y cómo éramos nosotros en esos primeros años? También fuimos rebeldes, egoístas, y estuvimos perdidos… Porque así es la naturaleza humana, esa que nace en soledad y tiene que acoplarse a la vida social para crecer, desarrollarse y sobrevivir; para aprender que es mejor colaborar; que necesita límites donde poderse aferrar para no ahogarse en las arenas movedizas.

“Afortunadamente, y aún a costa de su aparente desdén, nos siguen necesitando, para no perderse, para no caer, para poder construirse desde dentro”

Cierto es que con el gran avance de la tecnología de la información y la comunicación, suyo es el acceso a conocimientos e informaciones sin parangón en la historia; que nunca como hoy la vida social ha sido tan hiperactiva e hiperconectada, acostumbrándoles a la gratificación inmediata y a sentirse poderosos e invencibles. Pudiera parecernos que han perdido el sentido de la vida, cuando lo que sucede es que han cambiado los puntos de vista y ¡van más rápido!

Afortunadamente, y aún a costa de su aparente desdén, nos siguen necesitando, para no perderse, para no caer, para poder construirse desde dentro, para crecer con seguridad, criterio y autoconfianza, para encontrar el sentido de la vida; de “su” vida.

No nos quejemos más de los hijos y de las hijas del ahora, que no son otra cosa que el reflejo de lo que les rodea, de lo que les enseñamos y permitimos nosotros, los adultos, la sociedad; los que se supone que tenemos “un grado” por la experiencia.

Nuestros jóvenes cuentan con nosotros, necesitan del diálogo, del amor y de la cercanía, pero también de nuestra coherencia y nuestra sensatez al exigirles; y también de nuestro ejemplo, ese que es tan útil para predicar… ¿recordamos? Pues eso, adultos ¡que cunda el ejemplo!

Esta web utiliza 'cookies' propias y de terceros para ofrecerte una mejor experiencia y servicio. Al navegar o utilizar nuestros servicios, aceptas el uso que hacemos de ellas. Puedes cambiar la configuración de 'cookies' en cualquier momento.

AceptoMás información